Es sensato y sano emocionalmente saber poner punto final, cuando las cosas o los aspectos de la vida ya no dan más. Forzar a que estas situaciones sobrevivan, estando casi moribundas o ya muertas, es como llorar sobre la leche derramada. Si algo tiene oportunidad de ser duradero, pero no eterno, son aquellas realidades intangibles y profundas. Huellas como las buenas y las malas enseñanzas o los recuerdos que dejamos impresos en la vida de las otras personas: lo que escribimos día a día en el libro de nuestras vidas y en el libro de la vida de los demás.
No saber desprenderse, no saber decir adiós o decidir el fin de algo puede ser bastante problemático. Igual que lo contrario: no involucrarse con nada estrechamente por miedo a perderlo. Quizás si aprendemos a ver con mayor naturalidad el hecho de que todo se acaba, conseguiremos disfrutar más de esto que nos rodea aquí y ahora, en lugar de añorar todo eso cuando ya se fue.

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